jueves, 27 de marzo de 2008

Agrocombustibles para acelerar el hambre


El actual vicepresidente de los Estados Unidos, el controvertido Dick Cheney, mientras era aún el segundo al mando de la petrolera Hallimburton, declaró en 1999: “Según algunas estimaciones habrá un crecimiento anual del 2 por ciento de la demanda global de petróleo en los años venideros a la par de, conservadoramente, una disminución del 3 por ciento de las reservas existentes. Esto significa que para el 2010 necesitaremos unos 50 millones de barriles diarios adicionales”.
Ahí está la génesis de tres fenómenos actuales: la invasión a Iraq, el vertiginoso aumento del precio del carburante (por encima de 80 dólares el barril) y el acelerado impulso a la producción de “biocombustibles”, a los cuales prefiero llamarle como lo hacen algunos expertos inteligentes: agrocombustibles.
En un reciente artículo, el investigador cubano Alejandro Aguilar asegura que ante esa realidad, dada en términos porcentuales, “la lógica capitalista de los países desarrollados y en particular de los Estados Unidos no se plantea una modificación del irracional modo de consumo, llevar a cabo una política de ahorro, el uso racional de la energía o la introducción de tecnologías en los autos para reducir el consumo de gasolina por Km., sino simplemente, desplazar en el tiempo el pico petrolero, el cual dispararía los precios de este a cifras astronómicas (algunos calculan que superará los 100 dólares el barril *) que pondrían en peligro el funcionamiento de la economía estadounidense y por ello plantea sustituir parte del consumo por los biocombustibles, sin importar las catastróficas consecuencias en el orden ambiental y para la alimentación de la mayor parte de la población mundial”.
Sabias afirmaciones.
Lo del uso de carburantes a partir de productos agrícolas tiene atractivos antecedentes cuando se mira a la luz del tiempo. Henry Ford ideó un coche que funcionaba con alcohol a finales el siglo XIX y Rudolf Diesel hizo otro tanto en la Exposición Internacional de París en 1901 con un motor que empleaba el aceite de maní.
Pero el tiempo impuso el petróleo, y el desarrollo elevó su consumo hasta niveles insostenibles. Hoy se habla con certeza de un agotamiento no lejano de las reservas y de lo imprescindible que resulta buscar y encontrar alternativas viables para que el “mundo no se paralice”.

SALIDOS DE LOS SURCOS Y EL SUDOR

Pero como afirma el investigador cubano, la concepción capitalista de la economía no ha hecho pensar a los gobernantes de los países desarrollados –y a otros de naciones que están aún lejos de ese calificativo— de que con otras vías de ahorro energético podrían multiplicarse las disponibilidades de los combustibles fósiles. Los ejemplos más evidentes están en Cuba y Venezuela, en lo que se ha dado en llamar Revolución Energética.
¿A qué conduce la producción de agrocombustibles?
El destino principal de los cultivos agrícolas en el mundo de hoy es la alimentación de los más de 6 mil millones de habitantes del planeta Tierra. Aún así, un número elevadísimo de ellos viven en permanente hambruna, sobre todo en África, Asia y América Latina, sin dejar de considerar que también en los países desarrollados hay segmentos poblacionales que muy poco llevan a la boca cada día.
Si el panorama alimentario es de ese modo, lo lógico resulta incrementar las áreas cultivables y los rendimientos en aras de un aumento de la producción con el fin de satisfacer en la mayor medida posible la demanda de alimentos.
Pero los agrocombustibles serán el freno mayor a esa aspiración tan abrazada por no pocas organizaciones internacionales, entre las que sobresale la FAO.
Y la realidad supera los análisis. Los países poderoso han girado la vista hacia los del denominado Tercer Mundo, para convertirlos en proveedores de la materia prima necesaria para fabricar el etanol (alcohol) y los biodiesel, como trastienda semejante a la mantenida cuando la “Fiebre del Oro”, como tan acertadamente reseña el investigador cubano al cual me referí en párrafos anteriores.
La cantidad de personas hambrientas lejos de disminuir ha aumentado. Se habla hoy de 852 millones de habitantes del planeta con déficit alimentario notable, de los cuales 815 millones – ¡por supuesto!— residen en los países subdesarrollados.
¿Qué nos espera? Grandes transnacionales apoderándose de los cultivos de maíz, soya, caña de azúcar, sorgo y otros renglones de marcada influencia en la alimentación; deforestación desmedida de áreas boscosas, como en la ya resentida Amazonía; desbrozo y siembra de tierras vírgenes inexploradas por falta de recursos, lo cual sería ideal si las producciones tuvieran como destino fundamental las mesas familiares y no los equipos tecnológicos de grandes industrias productoras de agrocombustibles; miles de trabajadores en sistemas de esclavitud modernas, con largas horas de trabajo y pagos miserables; disminución acelerada de las fuentes acuíferas por el crecimiento del riego; incremento del intercambio económico desigual y la asimetría entre países ricos y pobres; aumento del precio de compra de productos esenciales como los granos, ya presente en el espectro comercial de hoy; transformación de países exportadores en importadores, como le ha ocurrido a México con el maíz después del establecimiento del Tratado de Libre Comercio…
Si a todas esas consideraciones le sumamos la influencia de un cambio climático cada vez más agudo, el panorama se presenta preocupante y con ribetes de alarma.
Únicamente un mundo de locos puede sustentar esas voluntades. Por suerte, aún quedan sensatos para alertar, encausar, corregir y hasta luchar por tener mañana un mundo sin desnutrición marcada, sin hambre…, en el que los hombres se adapten por fin a vivir en permanente armonía con la naturaleza, sin sobreexplotarla ni violentarla, porque ella, tan poderosa como es, sabe muy bien vengarse de las agresiones.
Los agrocombustibles acelerarán los motores en los países capitalistas y también el hambre en las naciones más empobrecidas. ¡ALERTAS!
* Nota del autor.

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